Durante la reunión del G20 en Londres el pasado mes de marzo, cientos de evangélicos –pocos para los que hay en la capital británica– se concentraron delante del Big Ben pidiendo a Dios que ayudara a los líderes mundiales a encontrar una solución para la crisis económica internacional. Al parecer, olvidado ya casi el azote del sida –y pasando el calentamiento global a un segundo plano por el momento–, nuestro enemigo actual es la crisis económica (si no la desplaza alguna pandemia nueva como la fiebre porcina). Se trataría, pues, nuevamente, de una amenaza incorpórea y/o abstracta –según la espiritualidad del que la mire– sin poco o nada que ver con Dios y su Palabra, y contra la que nuestros dirigentes tienen el deber de luchar.
No nos engañemos –dice una actitud así–, nuestros gobernantes necesitan la ayuda de Dios para hacer frente a ese coloso que se les opone (¡tal vez se trate de algún principado o alguna potestad maligna que haya que atar o exorcizar!). Poco importa que dichos gobernantes sean rebeldes declarados y contumaces a Dios y su señorío, a sus leyes y sus enseñanzas, y hasta a los buenos consejos que Él nos ha dado en su Palabra y que están al alcance de cualquier líder internacional que sepa leer (Sal. 2:1-12). Porque no es conocimiento lo que les falta a los gobernantes del Occidente poscristiano; pues si el apóstol Pablo consideraba que aun los paganos conocen a Dios por sus obras y están obligados a reconocerle como Dios y a tributarle el honor y la obediencia que merece (Ro. 1:18-21 y ss.), cuánto más aquellos que han recibido la herencia de la civilización cristiana y conocen en buena parte la Biblia y el mensaje que esta contiene. Sin embargo, esos líderes –mayormente los occidentales– han desechado a Aquel a quien tienen la obligación de servir promoviendo la verdad y la justicia, y buscando el bienestar de sus gobernados (Ro. 13:3-4).
La consigna de muchos creyentes parece ser, sin embargo, nada de juicios, nada de reprensiones, solo orar por los que nos gobiernan para que Dios les ayude a afrontar los desafíos que se les presentan (1 Ti. 2:1,2). Tampoco debemos advertirles de que la crisis puede deberse a un coloso mucho mayor del que jamás hayan podido imaginar: el Dios Todopoderoso, el Creador del cielo y de la tierra, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Juez de toda la Humanidad.
Pero un ministerio de intercesión, si no va acompañado de la palabra profética que anuncia el juicio divino en caso de no producirse el arrepentimiento, no vale de nada: estaremos pidiéndole a Dios que bendiga a unas naciones que no le respetan, ni le dan la gloria debida a su Nombre, y que sancione las malas obras y la rebeldía de sus líderes políticos, que no hacen sino atentar contra la vida humana, la familia y los valores y mandamientos que Dios ha dejado escritos en su Palabra y aun en la Naturaleza misma.
Pero cuando Jonás, después de su inicial rebeldía contra el encargo divino, fue a Nínive para proclamar juicio y destrucción, sucedió algo al parecer impensable hoy en día para nosotros:
Los hombres de Nínive creyeron a Dios, y proclamaron ayuno, y se vistieron de cilicio desde el mayor hasta el menor de ellos. Y llegó la noticia hasta el rey de Nínive, y se levantó de su silla, se despojó de su vestido, y se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anunciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes, diciendo: Hombres y animales, bueyes y ovejas, no gusten cosa alguna; no se les dé alimento, ni beban agua; sino cúbranse de cilicio hombres y animales, y clamen a Dios fuertemente; y conviértase cada uno de su mal camino, de la rapiña que hay en sus manos. ¿Quién sabe si se volverá y se arrepentirá Dios, y se apartará del ardor de su ira, y no pereceremos?
Este es el resultado de la predicación de la verdad divina incluso a aquellos que no tienen mucha información acerca de Dios y de las demandas de su Ley, que solo conocen la revelación general en la Creación y tienen “la obra de la ley escrita en sus corazones” y el “testimonio de su conciencia” (Ro. 2:15). Y por haberse arrepentido ellos de sus pecados, Dios también “se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo” (Jon. 3:5-10).
El pecado de Jonás –de callar la advertencia de juicio a los que no conocen al Señor– es característico de la Iglesia cristiana de nuestros días. Aunque muy probablemente la reacción de nuestros gobernantes a las demandas de Dios en su Palabra y al mensaje de juicio y arrepentimiento no sería la misma que la de los ninivitas, lo peor de todo es que nosotros, con nuestro silencio, no les demos la oportunidad de tenerla. Si callamos la denuncia de los pecados de nuestra sociedad y de sus gobernantes, y no dejamos claro que no es ninguna amenaza abstracta o incorpórea la que los confronta, sino el Dios vivo y verdadero, no debemos pensar que por mucho que nos pongamos de acuerdo los creyentes y oremos pidiéndole ayuda a Dios para nuestros dirigentes (Mt. 18:18-20), Él la dará; porque Dios solo nos ha prometido oír y responder a nuestras oraciones si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad (1 Jn. 5:14-15).
Juan Sánchez Araujo
sábado, 9 de mayo de 2009
miércoles, 22 de abril de 2009
Fauna Mediterranea en Burguillos
Hace unos dias se ha celebrado e curso de reconocimiento de especies ligadas a la fauna mediterraea en el paraje de Burguillos, cerca de Bailén. Alli mas de 25 participantes ha intentado identificar pajarillos, pajaros y pajarracos, per me da a mi que pensart que esa fauna continua siendo inofensiva comparada con las especies que pululan por las calles de la urbe
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